lunes, 26 de mayo de 2008

Siempre tendremos el ocaso



Siempre tendremos el ocaso


Siempre tendremos el ocaso
cuando el camino sea la boca
del polvo en el silencio
con la sombra que danza en las flores
en descanso con recuerdos,
cuando el después haya sido ceniza
con sus cantos en palacio y playas
de espuma; tendremos
la última sonrisa en primavera,
la última luz del suspiro,
de las rosas el último pétalo,
el juego de las palabras
empedradas con la verdad
en juego de distancia; el ocaso
que se apaga lleno
de noche en el umbral de los abrazos,
lleno de cúpulas blancas de instantes,
de estrellas y nombres que preguntan por el viento,
el movimiento del tiempo que abre
la brisa del puerto desgranado
y el solitario ladrillo
entre la lluvia y el olvido.




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Ricardo Serna G

Morirse en tristeza



Morirse en tristeza


Cuando el tiempo es espacio
y el espacio es tiempo,
y se entierran las palabras sin superar la herida,
la luz de estrellas será el límite de los silencios,
de las cruces del hombre solo
ardiendo la elegía de los cielos
con máscaras de cárceles del alma.
Cuando los llantos
que se quedaron sin sangre
de ausencias,
cuando el dolor pisando los gemidos
que se derraman de día
y se envuelven en recuerdos sin mesura,
cuando el pálido ocaso vive entre los dedos
que danzan fiebre de marchita piel
y se derrumba en el absurdo,
cuando el velo de los ensueños
con que se juega a las espinas ocultar
y que la verdad gima vestida de fiesta
con el difícil arte de las manecillas,
cuando el puño del invisible vacío
es más poderoso que la providencia,
la tristeza dibuja la ruta
moribunda.




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Alerta, preso y callado



Alerta, preso y callado



Rosas sin palabras, rosas sin temores
en caminos de clavos, viento y polvo;

batallas sin años, batallas sin noches
agrietan los ojos y graba la piel
con ritos de hoguera
que se desvanecen en la nada, en el lienzo
de enigma y tristeza. Alerta

en perpetua agua, en perpetua sombra
para rescatar el crujido de los huesos,
los ecos del mañana como presente
de la última llamada. Preso

de la espera, de rehén con máscara
de sepulcro, del mudo mármol
que se acerca como vaso de arena
con hondo hueco remando
en la ruta de la penumbra. Y callado

en la vida casi muerte, en la muerte casi vida,
en la sangre casi humo, en el humo casi sangre
de los sueños, de la ausencia
de otros mares
con pan y voz de laureles. Y sólo

hasta que llegue el festejado
vestido con ropa
de domingo.




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