viernes, 22 de mayo de 2009

Ojos secos



Ojos secos

Confieso que he llorado, que he llorado
con los ojos llenos de lágrimas, de lágrimas
que amargamente enjoyaron mi esqueleto;
que su sabor enmarcaron los pájaros alegres
de las promesas,
que anudaron los retratos del trigo y el azadón,
el milagro de la delicia del paso firme
con raíces de domingo,
del jarabe con boca de alas de oro.

Confieso que Neruda y su “vida y muerte de la mariposa”
caen con sus grandes terciopelos a mi alma,
y veo en mi copa de vino
una lluvia de manantiales azules,
el mar del deseo con llaga abierta.

Confieso que he llorado, he llorado
con el abrazo de la despedida, de la despedida
de las esmeraldas con lengua de viajero
y canto de espinas en silencio;
de la vida de árbol con banderas
bajo el humo de la embriaguez del tiempo
y de la vergüenza del olvido.

Confieso que Sabines y su “corazón me recuerda”
caen con agua de muerte,
de tumba abajo,
de relojes con retratos caminando hacia atrás
y descubriendo los ojos de luna,
el vientre que nada en las tensas líneas del insomnio.

Confieso que he llorado, he multiplicado
la soledad de la noche
al compás de la respiración, de la respiración
de los ríos en el espejo que nos doblega,
de la moribunda espera que alumbra
el enjambre de la ceguera desvelada,
de las manzanas verdes con flores marchitas.

Confieso que Ibarbourou y su “retorno”
caen con cántara llena de espinas,
del llamado de las rejas del parto infinito,
del dolor amante,
del alma huérfana,
del fuego que habla de noche desnudo.

Confieso que mis ojos están secos, secos
de tanto llorar mis muertes, mis muertes
silenciosas vestidas de distancia
con aire y ceniza de sed amordazada;
secos con furia invisible que nos dispara la sepultura,
el alba victoriosa ceñida de piel en sueño
con fauces de abandono y vigilia.


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Ricardo Serna G

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